¡Cambio de ubicación del blog!

¡Hola mis viajeros!

¡Nos hemos hecho mayores! Así que hemos decidido dar el gran salto y ser un poquito más profesionales. Todas las entradas, comentarios, publicaciones… las hemos trasladado a: Con dos tacones. Blog de viajes

Como veréis es una nueva web (aunque con todos los contenidos anteriores), más fácil de usar ¡y mas bonica!

Espero vuestra suscripción, ¡que me haría muy feliz veros por allí también!

Un besazo enorme mis viajeros y suerte con vuestros futuros proyectos.

Chinchilla de Montearagón

Cuando empecé a planear la visita a este precioso pueblo, lo primero que hice fue buscar imágenes en Google para asegurarme que cumplía todos los requisitos de un pueblo bonico. Tecleé Chinchilla, y estuve como diez minutos mirando fotos de roedores adorables (eran tan peluditos y monos). Al final, recordé cual era mi acometido, y esta vez si, puse el nombre entero: Chinchilla de Montearagón.

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Pues tenía muy buena pinta, parecía que la plaza era encantadora y su castillo pintaba muuuy bien, así que cogimos nuestras queridas Nikon, me vestí mona (ya sabéis que soy la reina del postureo viajil), y hacia la Mancha que nos fuimos.

Decidimos dejar el coche aparcado en la parte baja del municipio, justo al lado de la escultura de un Nazareno (por lo visto, todo buen pueblecito manchego que se precie tiene que tener una figura de un Nazareno, buena tiene que ser su Semana Santa…), y nos encaminamos hacia el casco antiguo. Ya, para que os hagáis una idea de lo que os espera en este pueblecito, la entrada a la plaza, se hace a través de un arco de la antigua muralla. Nada más pasar el arco, te dan la bienvenida dos grandes cañones y la escultural Iglesia de Santa María del Salvador. Fue la gran sorpresa de nuestra visita,¡qué grande y bonita! El exterior está muy bien conservado y su interior, con su imponente órgano, hace envidiar a cualquiera de las grandes catedrales españolas.

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Pero ahí no acaba la cosa, justo enfrente de la iglesia se encuentra la Torre del Reloj. Es un portal precioso, de madera e ideal para sentarse a tomar una cervecita en alguna de sus cafeterías y disfrutar de las vistas. ¡Y qué vistas! Para ser exactos 20 Porsches… Si, no habéis leído mal. Tuvimos la suerte de coincidir con una convención de estos clásicos vehículos, y ya podéis imaginaros el caso que mi hizo mi novio el tiempo que estuvimos en la plaza…

Mientras el seguía con la boca abierta mirando los coches, yo me dediqué a observar a sus vecinos: me encantó ver la preciosa frutería, con sus cestos y flores fuera de la tienda, animándote a pasar; los abuelitos sentados en los bancos, ajenos a el revuelo armado ese día en el pueblo a causa de tan curiosa visita; la charanga,ultimando canciones antes de animar al pueblo en sus futuras fiestas patronales… Ya está, me había enamorado de nuevo de otro pueblecito encantador.

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Cuando conseguí separar a mi novio de los coches, fuimos por la calle de la Iglesia, donde justo enfrente tienen la oficina de turismo. Allí nos proporcionaron un mapa y nos explicaron el recorrido a seguir para no perdernos ninguna de sus maravillas.La subida hacia el Castillo es encantadora: antiguos palacetes (como la Casa de los Soler Núñez Robres), baños árabes, casas cueva… Está la opción de subir en coche, pero no lo hagáis, es un placer pasear por estas callecitas, la cual más bonita que la anterior, y dejaros llevar por el aroma a pueblecito encantador que desprende.

Antes de adentrarnos en el Castillo decidimos bordearlo y ¡fue todo un acierto! A sus faldas hay un barrio taaaan bonito: está lleno de casitas cuevas, cada una de un color, todas con sus nombres en la puerta, con los vecinos en sus portales saludándonos…¡Qué encantadora es la gente de la Mancha! De verdad, no olvidaros de este rinconcito, es toda una decilia.

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Ya en el imponente Castillo nos llevamos una pequeña desilusión, no se puede visitar su interior. Una pena enorme, está tan bien conservado por fuera, con su impresionante foso (de los más grandes que recuerdo haber visitado), y con un portal de aceso con cadenas, que te dan ganas de pedir la llave al alcalde y abrirlo tu mismo. Desde aquí, hago un llamamiento para que se pueda restaurar su interior, y así podamos disfrutar de este maravilloso patrimonio. De todas formas, merece muchísmo la pena la vista, te transporta a la Edad Media, ¡y da un pelín de vértigo pasar por su puente levadizo! ¡Juraría que se movió un poco y todo!

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A la bajada, nos perdimos deliberadamente en sus callecitas. Nos sentamos en una de ellas e hicimos un nuevo amiguito: un encantador gato que se sentó a nuestro lado a tomar el sol. Una vecina, pasó y se animó a conversar con nosotros. Éstos son los momentos que más me gustan de visitar pueblitos, el estar en contacto con sus vecinos y hacerles ver que son unos privilegiados por vivir en lugares tan maravillosos como Chinchilla de Montearagón.

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Pero no os voy a mentir, tenia hambre. Tanta cuesta para arriba y cuesta para abajo, había abierto mi apetito. Yo, ya había fichado un restaurante a la entrada del pueblo que tenía pinta de que ahí se comía hasta reventar: Rincón Manchego. Y así fue. Comida típica manchega, de esa que tu abuela te hace los domingos. Tienen un menú que por 10€ te toca desabrocharte el botón del pantalón a la salida. Así que, más feliz que una perdiz, decidimos dar por finalizada nuestra visita. Eso si, me he prometido volver para las fiestas del pueblo. Que si ya de normal me ha enamorado, en fiestas, ¡con peñas y charangas ni te digo! ¡Vecinos de Chinchilla, nos veremos pronto!

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Por cierto, ¡encontré mi rinconcito azul! (soy una friki total de las puertas y ventanas azules). ¡Que vivan los pueblitos bonitos!

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¡Seguid haciendo muchos kilómetros mis viajeros! Y recordar: Ser de pueblo, mola mogollón.

Web turismo de Chinchilla de Montearagón

Web turismo Castilla la Mancha

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Verdadero amor

Banyoles, 2013. Fue en ese mismo lugar donde comprendí qué era el amor.

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Allí estaban, sentados frente al lago, como si nada más en este mundo les importara. Sólo ellos dos y su nieto. El niño estaba sentado a sus pies, jugando con los patos. Tenía un trozo de pan en las manos e iba dándoles pequeñas migajas. De vez en cuando, giraba la cabeza y les sonreía a sus abuelos.

Decidí hacer un alto en el camino y sentarme a observarlos. Sus arrugadas y gastadas manos no dejaban de tocarse. Se acariciaban. Se besaban. Se amaban.

La gente seguía pasando pero nadie les miraba. ¿Cómo puede ser que nadie viera tan bonita escena? ¿Nadie se había fijado cómo sus miradas se entrecruzaban y se besaban sin ni siquiera tocarse? Hemos dejado de creer en el amor, pero no el tipo de amor que nos venden en las películas, si no el verdadero. Ése que se demuestra día tras día, semana tras semana, año tras año. El amor de los pequeños detalles: una sonrisa al despertar, un beso al volver a casa, una caricia al acostarse…

Y yo, a kilómetros de casa, comprendí qué era el amor. Me habían hecho falta muchos viajes a mis espaldas, muchas aventuras, muchas fotografías. Pero allí estaba, ante mis ojos. Fue un bonito golpe del destino que lo descubriera viajando. O igual no, al fin de cuentas el viajar es una de las mayores muestras de amor existentes. En cada viaje aprendes a amar de una forma diferente, cada kilómetro te enseña a querer cada rincón y cada persona de este planeta. Viajar nos abre la mente y el corazón. Así que era mi destino encontrar el verdadero amor viajando.

Les di las gracias desde la lejanía, y, como si lo supieran, la mujer se apoyó en el hombro del marido y sonrió (se que lo hizo,no me hacía falta verlo). Los miré una vez mas, tomé la fotografía y me fui. Quería guardar este recuerdo para siempre, que nunca se borrara de mi memoria. Ahora esta historia, la historia de dos desconocidos que cambiaron mi mundo, también es la vuestra. Cuidarla.

 

PD: Esta historia va para ti, se que serás el primero en leerla. ¡Qué suerte la mía!

Ayna

Por mis venas corre sangre manchega. Me gusta el campo, correr detrás de las ovejitas (siempre he querido abrazar una…), y sacar una navaja para cortarme un buen trozo de chorizo, de esos caseros que trajo mi abuela del pueblo.

Siendo yo pequeña, mi abuelo me contaba sus andanzas de jovenzuelo. Me decía que en Albacete to’ era campo. Que allí, hasta para ir a ver el fútbol, iban en carro. Así que ya os podréis imaginar cuál era mi percepción de aquellas tierras, a lo película de Almodóvar. Cuál fue mi sorpresa, al echarme yo novio manchego (cosas del destino), que descubrí que Albacete no solo tiene molinos sacados de los mejores versos de Don Quijote, si no que tiene paisajes y pueblecitos dignos de aparecer en un blog de viajes (que si amigos, que lo tenemos olvidado en nuestros escritos).

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Y como estamos en la semana del amor, os voy a recomendar un pueblecito muy muy romántico: Ayna. Enclavado en plena Sierra del Segura, es conocido como ‘La Suiza Manchega’, ya que está situado en pleno cañón del Río Mundo. Para llegar hasta allí imaginaros la de curvas que os vais a encontrar…¡Viodramina a mano! Y para entender el por qué de este nombre tan curioso, os aconsejo parar en el Mirador del Diablo (que no os asuste el nombre, esta foto no puede faltar en vuestro álbum). Desde lo alto del mirador podremos apreciar la agradable visita que nos espera del pueblecito.

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Pero antes de llegar, hubo un detalle que me llamó muchísimo la atención: una vieja moto con sidecar. Al acercarnos nos dimos cuenta de que es un homenaje a una película grabada en estas tierras: ‘Amanece que no es poco’ (si no me equivoco del año 89). Y yo, que soy la reina del postureo turistil, no pude aguantar mis ganas de hacerme la foto con el sidecar y la Sierra de fondo. ¿Mola, eh?

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Ya llegamos y tuvimos la mejor suerte del mundo: ¡aparcamos justo a la entrada del pueblo! Nada más bajar del coche, sentí la paz que se respiraba en sus calles. Libres de turistas, (sólo estábamos nosotros en todo el pueblo), sin tiendas de souvenirs, y con las puertas de los vecinos abiertas de par en par.¡Me gustó tanto! Allí el tiempo se había parado, no importaban las prisas ni los atascos de las grandes ciudades. Varios vecinos, sentados en sus portales, nos saludaron y nos dieron la bienvenida. ¡Qué bonicos por Dios!

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¿Y que contaros del pueblo? Es precioso. Lo mejor es no ir con un plan establecido, simplemente dejarte llevar por sus callecitas. Cada rincón tiene algo especial, que te llama la atención para que le fotografíes. No esperéis grandes monumentos como iglesias grandiosas o murallas fortificadas. A cambio vais a encontrar un pueblo de verdad, de los que aún conservan sillas de mimbre en las calles, botijos colgados de las fachadas y olor a pan recién hecho en la panadería del pueblo.

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Lo mejor de Ayna son sus miradores, además del ya mencionado, en nuestro recorrido por el pueblo nos encontraremos con varios de ellos. Para mi, el más bonito es el Mirador de los Mayos. Se encuentra al fin de la Calle del Castillo y para poder acceder tienes que pasar por un cortado en la roca. ¡Si vais con niños les va a resultar super emocionante! (bueno y a los no tan niños también…). Y el otro que me llamó mucho la atención fue el Balcón de los Picarzos. Se encuentra junto al Centro Social y es ideal para tomarte un café acompañado de unas vistas inmejorables.

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Si os encanta disfrutar de la naturaleza, ¡estáis de suerte! El pueblecito cuenta con un mantial de agua y una pequeña cascada. Es un lugar ideal para sentarse y relajarse, dejar atrás el estrés y darte cuenta de que el paraíso está mucho más cerca de lo que nos pensamos.

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Nos sentamos en la plaza del pueblo para descansar un poco los pies y se nos acercó un adorable señor. Nos contó que era vecino de toda la vida y que le daba mucha pena ver que el pueblo se estaba despoblando. Los jóvenes estaban emigrando a las grandes ciudades y cada vez había más casas cerradas y abandonadas. Casas señoriales que en su época habían sido grandes almacenes de ropa, a los que acudían gente de toda la provincia, hoy estaban cerrados a cal y canto. Se que es difícil la vida en estos pueblecitos, pero Ayna no puede desaparecer. Su magia, sus tradiciones y sus encantadores vecinos merecen que sus calles vuelvan a estar repletas de turistas, turistas que aprecien las bellezas rurales.

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Antes de poner rumbo a casa tenía que hacer algo que llevaba toda la mañana deseando: entrar a la panadería y comprarme unos suspiros de Ayna. ¡Qué buenos estaban! Recién hechos, calentitos, con un olor a dulce casero… (si, podéis babear). ¡Qué bien sienta al cuerpo una ración de pueblecito encantador!

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Viajar mucho mis turistas, pero sobretodo, descubrir lugares tan maravillosos como Ayna, que a veces, pasan desapercibidos para el turista deseoso de grandes clichés turísticos.  Si buscáis un rinconcito de paz en pleno corazón de España, Ayna os va a enamorar.

¡Seguid sumando kilómetros mis viajeros!

 

– Turismo de Ayna

– Turismo Sierra de Albacete